Fondo musical: Step, Vampire Weekend
Mood chart: Ahogada, enceguecida. Con la panza llena y la marquesina prendida.
31 de mayo, fue el deadline para que el flash detonara. Después de no sé ya cuantos días de to-do list que se actualizaban para nunca acabar. El viernes sentí que de verdad ya no podía más. No solo por que las brujas en el teléfono se acumularan en mensajes por responder, ni por las miles de cosas a las que debía asistir cada una en un punto cardinal distinto de la ciudad, (y de nuevo les digo era un viernes en Bogotá), sino por que a medio día me embriagó la nostalgia de su ausencia y una vez más culpé al duelo de que era la razón por la que después de las once de la mañana solo quería llorar. Pero me tragué el trago amargo de saliva que me llenaba la boca a esa hora y pedí un taxi para ir a la siguiente cita pensando que para las cuatro de la tarde igual iba a estar inmersa en un trabajo mecánico que me ayudaría a olvidar todo y cuando menos pensara ese viernes agobiante ya habría terminado. Pero entonces me paso lo obvio, me tragó el trancón, claro no había previsto que el presidente Santos estaría en el Campín, a la misma hora en la que yo necesitaba que la treinta fuera una mega-autopista, como tampoco había previsto que mi celular estaba muriendo, que tenía solo veintemil pesos en la cartera por que olvidé pasar por el cajero y que las probabilidades de lluvia en el norte eran altas. Factores esenciales para empezar el día correctamente, pero yo no sé en qué estaba pensando, seguro en comida, oink!
Esta montaña rusa de emociones en la que me subí a las seis de la mañana y me bajé a las siete y media de la noche, son exactamente de las que huyo por simple bienestar. Así mismo como me tomo el jugo de papaya, naranja y zanahoria que mi mamá prepara para subirme las defensas, yo planeo mi día para que la mierda no me caiga encima, es mi mecanismo de defensa a mi condition. Pero hay días en los que simplemente se te escapan cosas, como saber en dónde va a estar el presidente y así. Cosas que te aterrizan de la estratosfera a la que te suben los gases del flash de magnesio y potasio, gases a los que normalmente llamamos vanidad. Gases que te recuerdan que entre más abajo, hay menos oxígeno, razón por la que los enanos nos ahogamos antes. Gases que te hacen humano y te recuerdan que ser marciano en piso de terrícolas tiene su precio y que brujas que hasta hace dos semanas te parecían humanas por que alguien las encontraba amables, hoy te parecen más brujas por su humanidad tiene ley de embudo y el tiempo ajeno solo cuenta cuando es el de ellas y alguien más se lo hace perder.
31 de mayo, tres y cincuenta y siete de la tarde, un taxi en medio de la treinta con cincuenta y algo, en mi mapa el mismísimo "en medio de la nada", que ni pa' delante ni para atrás. Pensé, tengo el corazón roto y quiero sushi.
Y ese fue en realidad el momento de quiebre del día, no importa las veinte cosas malas que puedo enumerar que pasaron ese día, ni las treinta y cinco buenas que compensan, la balanza de la vida dejó de funcionar para mi el 22 de junio de 2010, ya nada es blanco o negro, el espectro de grises intermedios creció y empezaron a saltar frases como nothing matters, puede que el optimismo se convirtiera en conformismo, puede que la definición de lo "suficiente" ayudara en ello. Pero encontré un nuevo Moyo (or Mojo) y ese día a las nueve de la noche, comia philadelphia maki entre las cobijas. #priceless
1 de junio me despierto con un mensaje en el celular de un amigo que dice se acordó de mi y escribió de Beto en su columna y pienso en que mi Moyo si funciona y me gusta mi foto. ¡Qué sigan los flashes en mi vida, que nunca se me olvide que sus gases ahogan y qué no falte la comida!
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